Un Viaje por el Río Amazonas
El cuento de un viaje extraordinario a lo largo del Río Amazonas en Brasil: nada de cruceros o yates (que para eso hace falta mucho dinero), sino un transbordador local, utilizado no sólo para el transporte de pasajeros de las comunidades locales sino también de mercancías varias.. Gracias a Elisa por este aporte tan valioso 😉
Monteiro parecía el barco de popeye, todo ondulado y caricaturesco, blanco y azul. Cuatro horas antes de la salida todos los pasajeros ya habían puesto en una fila el propio equipaje. Apenas fue posible embarcar, partió la carrera para coger el sitio mejor para fijar la hamaca. En una hora la primera planta ya estaba llena de hamacas, así que me encontré con la cabeza de una niña plantada en el hombro.
A lo largo del río Amazonas habría llegado hasta la costa brasileña. El precio del billete también daba derecho a dormir, a comer tres comidas cotidianas, a ducharse en un cómodo baño, a beber agua helada.
Celio llevaba de comandante de barco unos quince años. Viajaba dieciocho veces al año a lo largo del Rio Solimoes de Tabatinga a Manaus y viceversa. Transportaba acerca de setecientos pasajeros y 1400 toneladas de mercancías y cada viaje entre ida, vuelta y preparativos duraba unos 15 días. Transportaban cemento, medicinas, lavadoras, frigoríficos, televisiones, comida, todo aquello de que necesitan las comunidades que viven en las orillas del río.
La vida de todas las comunidades amazónicas dependía de la embarcación. El estereotipo del indígena con el palito en la nariz, la expansión a los lóbulos de la oreja y el flequillo negro hasta los ojos, es bastante estúpido; la Amazonia también está hecha de grandes ciudades, de comunicación, de intercambios, de polución, de comunidades de indígenas con la conexión a internet y conscientes de sus derechos.
La selva corría a los márgenes constante y sin interrupciones, parecía no acabar nunca, acompañaba los días de navegación, hospedando esporádicamente alguna casita.
Peruanos, brasileños, colombianos; nunca supe si hablar portugués o español; la lengua franca acabó siendo una mezcla entre las dos.
Durante la noche a causa de la increíble muchedumbre, inevitablemente quién pasaba para ir al baño despertaba a todos. La cola para la comida, con plato y billete en la mano, podía durar dos horas.
Si te veían echar la comida, había una multa de tres reais. Después de cada comida cada uno lavaba su plato en los lavabos. También para el baño había una larguísima cola y el agua de la ducha era la del mismísimo río (todo menos limpia jejeje).
Cuando nos parábamos en un muelle, alguien subía para saludar a algún pariente o amigo, mientras que otros lo hacían para vender de todo: mantas, fruta, DVD, toallas. Mientras los peones descargaban y cargaban mercancías de todo tipo, alguien improvisaba un salón de belleza haciendo manicura y pedicura y el panadero hacía el pan para la mañana siguiente.
Afloraban constantemente en el agua algunos troncos de árboles gigantes y desafortunadamente desechos de todo tipo: latas, sobres, botellas de plástico.
Luego algunos policías con una amenazadora calavera dibujada sobre el uniforme subieron sobre el barco, era el momento del cacheo. Nos hicieron acercar a la ribera, cerca de una pequeña aldea, mientras que los perros buscaban entre los equipajes. Hombres por un lado, mujeres por el otro con los documentos en la mano.
Los habitantes de la aldea salieron de casa para mirar y así se percataron de que alguien del barco había saltado en el agua y había empezado a nadar. Gritaron dando la alarma y la policía fue en búsqueda del hombre. Volvieron después de pocos minutos con el tipo esposado…
Gilberto hacía el informe de todas las mercancías a bordo con una máquina de escribir. Dieciocho años de boletines, estaba cansado. Se quejaba del viento, el viento que desde hace años lo hacía volverse loco. Efectivamente a veces durante la noche me despertaba a causa del balanceo incesante causado por el soplo del viento sobre las hamacas.
Después de nueve días de navegación cerca de Belém, el río se puso muy estrecho como no lo había sido nunca. Las palmas abundaban y una vegetación guapísima se revelaba y se escondía a cada curva. Afloraban casitas solitarias de madera, tan cerca que nos permitía saludar los habitantes pasando.
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